miércoles, 29 de febrero de 2012

Los clásicos nos cuentan que los poderes misteriosos del otoño crearon la sequedad en el cielo y el metal en la tierra. Entre los sabores, crearon el acre. Entre las emociones, el dolor. Uno no puede rechazar el dolor ni regodearse en él durante mucho tiempo. Cualquiera de los dos caminos conduce a la obsesión. Las personas que sufren deben comer cebollino, jengibre, cilantro y romero. Estos ingredientes son los más acres y consiguen detener el dolor, extraerlo del cuerpo, y que se lo lleve el viento.

LIAN WEI, El último chef chino, Pekín, 1925.

De la novela de Nicole Mones, El último chef chino.

lunes, 27 de febrero de 2012

Yaun Mei, uno de los mejores gourmets de China, le peguntó en una ocasión a su cocinero por qué, dadas sus grandes dotes y su capacidad para producir los mejores manjares a partir de los ingredientes más comunes, había elegido quedarse en su relativamente modesta casa. El cocinero le contestó: “No resulta fácil encontrar a un patrón que sepa apreciar la comida. Pero aún es más difícil encontrar a uno que entienda tanto de cocina. Es tanta la imaginación y el esfuerzo que dedico en la creación de cada plato que podría decirse que los sirvo con toda mi mente y corazón”.

LIAN WEI, El último chef chino, Pekín, 1925.

sábado, 25 de febrero de 2012

Reflexión.



Los aprendices me han preguntado cuál es el punto culminante de la cocina. ¿Los ingredientes frescos? ¿Los sabores más complejos? ¿Lo rustico o lo raro? No es nada de eso. El punto culminante no se encuentra ni en el hecho de comer ni en el de cocinar, sino en el ofrecimiento y en la acción de compartir la comida. La buena comida jamás debería degustarse en soledad. ¿Qué placer puede obtener un hombre de la buena cocina a menos que invite a sus amigos más apreciados, que cuente los días que faltan para el banquete y que componga un poema anticipado para la carta de invitación?


LIAN WEI, El último chef chino, Pekín, 1925.

De la novela de Nicole Mones, El último chef chino.